Neurobiología, orgasmos, y espiritualidad: el misticismo cognitivo del placer
El sexo y la meditación comparten una misma
identidad neurológica; ambas actividades conllevan a una idílica
conjunción entre el mundo del espíritu y el de la carne.
El cerebro es tal vez el órgano que
mayor interés ha provocado entre los científicos. El hecho de que
presumiblemente sea el recinto que guarda esa enigmática y polimórfica
entidad que conocemos como mente lo ha destacado como favorito de las
interrogantes que se ha planteado el estudio de la naturaleza humana.
“El cerebro es más amplio que el cielo”, decía Emily Dickinson, de algún
modo intuyendo, o tal vez sugiriendo, el hecho de que ahí radica la
esencia microcósmica (hay que recordar que existe una notable relación
estética entre las redes neuronales y el diseño de las galaxias). ¿Es
nuestro cerebro la manifestación física de ese código de acceso que nos
permite jugar a ser dioses?
En diversos estudios dedicados a
observar al cerebro en acción, el hemisferio derecho parece ser el lado
sexy de este órgano. Se activa durante el orgasmo a tal grado que la
corteza prefrontal derecha simula una especie de isla iluminada durante
este arquetípico instante, en contraste con el resto del cerebro que
aparece en completa penumbra.
Históricamente se le ha atribuido al
hemisferio izquierdo el procesamiento del placer, pues este se activa
cuando recurrimos a memorias que nos provocan felicidad, cuando
recordamos a un ser querido, en aquellos momentos en los que nos
sentimos simplemente grandiosos e incluso es el más activo en personas
alegres que rara vez pasan por etapas depresivas. Pero curiosamente
durante el orgasmo, tal vez la máxima epifanía en torno al placer
humano, el hemisferio izquierdo, en lugar de propulsar un meta-carnaval
de reacciones gozosas, permanece completamente dormido. Y este neuro
misterio ha intrigado enormemente a los hombres de ciencia que dedican
su vida a analizar los comportamientos del cerebro.
Hasta
hace menos de una década la neurociencia poco sabía de los fundamentos
científicos relacionados a los estados de gracia, al placer sexual, o a
emotivas frecuencias similares. Sin embargo, en años recientes ha
emergido un panorama mucho más claro en la relación del cerebro humano
con el placer, una de las sensaciones, por cierto, que mayor peso tienen
para determinar el registro psicoemocional de una persona. La
felicidad, o mejor dicho la alegría extasiante, tanto en un plano
sagrado como en uno profano, disminuye la auto-conciencia del ser
(concibiéndola más desde una perspectiva del ego y el sentido de
ubicación espacial), además de que que altera la percepción corporal y
reduce la sensación de dolor. Y mientras que el hemisferio izquierdo es
presuntamente el protagonista del placer, lo cierto es que estos tres
neuro-fenómenos se activan bilateralmente.
La ausencia de dolor puede estar
explícitamente ligada al placer. Sin embargo, las otras dos —perder el
sentido de identidad y de los limites corpóreos— son más misteriosas.
William James, autor de The Principles of Psychology,
describe al “ser” como el pilar de la conciencia, aquel que perdura a
lo largo de múltiples sensaciones y experiencias. Y este “ser” está
dividido, excepto durante las experiencias místicas, entre un flujo de
conciencia y un observador o diálogo interno. Este diálogo, en el cual
tanto enfatizaba el brujo yaqui Juan Matus en las crónicas de Carlos
Castaneda, funciona como una especie de juez que va organizando y
decodificando las experiencias conscientes. Narrarnos nuestra propia
vida se presenta como una herramienta cognitiva automatizada y a fin de
cuentas es lo que acaba construyendo nuestro concepto de realidad.
Pero escapar de nuestra propia y casi
permanente auto-observación debiese ser un placer mucho más valorado de
lo que culturalmente estimamos. Y precisamente sobre esto Roy
Baumeister, director de Psicología de la Universidad de Princeton,
escribió todo un libro: Escaping the Self: Alcoholism, Spirituality, Masochism, and Other Flights from the Burden of Selfhood (1991),
en el cual postula que esta especie de auto-conciencia racional en
muchas ocasiones puede convertirse en una verdadera carga para una
persona. En diversas culturas las personas recurren habitualmente a
sustancias como alcohol, drogas, tabaco, rituales auto-hipnóticos y otro
tipo de estímulos para debilitar esta conciencia del ser. Sin embargo,
se ha comprobado que la meditación te permite liberarte de esta
preocupación con respecto a tu propio ser y neutralizar las principales
actividades que alimentan este, a veces, incontrolable mecanismo: el
juicio, la planeación, la expectativa, la comparación y el
auto-escrutinio.
Como vimos anteriormente la corteza
prefrontal del hemisferio izquierdo se asocia con la felicidad, y no
casualmente los niveles más altos de actividad en esa región que hayan
sido medidos hasta la fecha, corresponden a monjes budistas del Tíbet
meditando en el sentimiento de la compasión. Esto nos indica que la
meditación actúa sobre los principales centros de placer en el cerebro
y, aún más allá, este placer se acompaña de una transformación en
nuestra auto-regulación emocional —si bien las personas que meditan
fortalecen su auto-conciencia, ponen atención a sus pensamientos y
sentimiento desde una perspectiva conceptual, y por lo tanto menos
emocional o visceral, lo cual les permite estar en paz con su flujo
interior.
Recordemos ahora que el placer también
esta ligado a una pérdida de la conciencia ante los límites de nuestro
cuerpo, lo cual, al igual que el ejercicio de la auto-observación,
involucra ambos hemisferios. Tanto el orgasmo como la meditación diluyen
nuestro sentido de los límites del cuerpo físico. En el caso de la
meditación esto se logra a través de la auto-conciencia, pero
enfatizando en la actividad de regiones específicas del cerebro, como
los gyrus angulares del hemisferio derecho. En cambio, durante
el orgasmo, el cerebelo es el que brilla, el que mayor actividad
registra, debilitando de algún modo la conciencia del cuerpo físico
perdiéndonos dentro del mismo y no observándolo “objetivamente”, como es
el caso de la meditación.
En síntesis podemos concluir que existe
una apasionante e íntima relación neurológica entre el máximo placer
físico, proyectado a través del sexo, y el desarrollo místico al que una
persona puede entregarse, principalmente la meditación. Y en un
fenómeno que algunos considerarían como algo paradójico, ambos se
proyectan, resuenan, en un estado de alta fidelidad que termina por
eliminar las supuestas fronteras que separan al mundo físico, en
especifico el placer carnal, del mundo etéreo, aquel en donde el
espíritu se fortalece. Y esta idílica convivencia queda proyectada, o
incluso catalizada, a través de nuestro diseño neurológico (nuestro
cerebro es un templo dedicado al erotismo, la estética y la generación
de universos): entre el orgasmo, la alegría y la espiritualidad…
estamos todos nosotros.
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