La ilusión de una economía verde
- Publicado el Viernes, 21 Octubre 2011 15:32
Todo
lo que hagamos para proteger el planeta vivo que es la Tierra contra
factores que le quitan su equilibrio y provocan, como consecuencia, el
calentamiento global, es válido y debe ser apoyado. En realidad, la
expresión «calentamiento global» esconde fenómenos como sequías
prolongadas que diezman cosechas de granos, grandes inundaciones y
vendavales, falta de agua, erosión de los suelos, hambre, degradación de
15 de los 24 servicios enumerados en la Evaluación de Ecosistemas de la
Tierra (ONU), y que son responsables de la sostenibilidad del planeta
(agua, energía, suelos, semillas, fibras, etc.). La cuestión central ni
siquiera es salvar la Tierra. Ella se salva a sí misma y, si fuera
preciso, lo haría expulsándonos de su seno. Pero ¿cómo vamos a salvarnos
nosotros mismos y a nuestra civilización? Esta es la pregunta real,
ante la cual la mayoría se encoge de hombros.
La
producción de bajo carbono, los productos orgánicos, la energía solar y
eólica, la mayor disminución posible de la intervención en los ritmos
de la naturaleza, buscar la reposición de los bienes utilizados, el
reciclaje, todo lo que viene bajo el nombre de economía verde son los
procesos más buscados y difundidos. Y es recomendable que se imponga ese
modo de producir.
Así y todo no debemos ser ilusos y perder el
sentido crítico. Se habla de economía verde para evitar la cuestión de
la sostenibilidad, porque ésta se encuentra en oposición al actual modo
de producción y de consumo, pero en el fondo aquella (la economía verde)
se sirve de medidas dentro del mismo paradigma de dominación de la
naturaleza. No existe lo verde y lo no verde. Todos los productos
contienen en las distintas fases de su producción elementos tóxicos para
la salud de la Tierra y de la sociedad. Hoy mediante el Análisis del
Ciclo de Vida podemos exhibir y monitorizar las complejas
interrelaciones entre las distintas etapas: la extracción, el
transporte, la producción, el uso y el descarte de cada producto y sus
impactos ambientales. Ahí queda claro que el pretendido verde no es tan
verde como parece. Lo verde representa solamente una etapa de todo el
proceso. La producción nunca es del todo ecoamigable.
Tomemos
como ejemplo el etanol, considerado como energía limpia y alternativa a
la energía fósil y sucia del petróleo. Es limpio solamente en la boca
de la bomba de suministro. Todo el proceso de su producción es altamente
contaminante: los productos químicos aplicados al suelo, las quemas, el
transporte en grandes camiones que emiten gases, los líquidos efluentes
y el bagazo. Los pesticidas eliminan bacterias y expulsan las lombrices
que son fundamentales para la regeneración de los suelos; sólo vuelven
después de cinco años.
Para
garantizar una producción necesaria para la vida, que no estrese ni
degrade la naturaleza, es necesario algo más que la búsqueda de lo
verde. La crisis es conceptual y no económica. La relación con la Tierra
tiene que cambiar. Somos parte de Gaia y mediante nuestra actuación
cuidadosa la volvemos más consciente y con más oportunidad de asegurar
su vitalidad.
Para salvarnos no veo
otro camino que el indicado por la Carta de la Tierra: «el destino común
nos convoca a buscar un nuevo comienzo; esto requiere un cambio en la
mente y en el corazón; demanda un nuevo sentido de interdependencia
global y de responsabilidad universal» (final).
Cambio
de mente: adoptar un nuevo concepto de Tierra como Gaia. Ella no nos
pertenece a nosotros, sino al conjunto de los ecosistemas que sirven a
la totalidad de la vida, regulando su base biofísica y los climas. Ella
creó toda la comunidad de vida, no sólo a nosotros. Nosotros somos su
porción consciente y responsable. El trabajo más pesado lo hacen
nuestros socios invisibles, verdadero proletariado natural, los
microorganismos, las bacterias y los hongos, que son miles de millones
en cada cucharada de tierra. Ellos son los que sustentan efectivamente
la vida desde hace ya 3,8 miles de millones de años. Nuestra relación
con la Tierra debe ser como la que tenemos con nuestras madres: de
respeto y gratitud. Debemos devolver, agradecidos, lo que ella nos da y
mantener su capacidad vital.
Cambio
de corazón: además de la razón instrumental con la cual organizamos la
producción, necesitamos la razón cordial y sensible, que se expresa por
el amor a la Tierra y por el respeto a cada ser de la creación porque es
nuestro compañero en la comunidad de vida, y por el sentimiento de
reciprocidad, de interdependencia y de cuidado, pues esa es nuestra
misión.
Sin esta conversión no
saldremos de la miopía de una economía verde. Sólo nuevas mentes y
nuevos corazones gestarán otro futuro.
Leonardo BoffKoinonia
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